Como cada febrero estoy pegada a un taco de papeles que se han convertido en mi dueño y mi señor, esperemos que sea el último invierno así... Aunque para no ser hipócrita ni victimista diré que los exámenes de Febrero estudiando el sol en una terraza a 20ºC... son bastante más llevaderos. He cambiado mi tonalidad de piel blanco fluorescente de flexo a un semimoreno salubre y vitaminado.
Y aunque los apuntes vinieron con nosotros (siempre lo hacen... es una presencia celular, celular por la celulosa..., que siempre está tras nosotros amenazante, expectante... deseando ser leídos! "¡Subrayamé!¡Subrayamé!") fuimos a una exhibición ecuestre. Bien sabe todo lector habitual de este espacio, y si no ya lo recuerdo yo, que soy una ferviente amante de los perros, una cuasi-veterinaria que quiere dedicarles los días restantes hasta el día de su muerte a proteger a los perros, y a algún gato amistoso que se ponga por delante. Aún así, soy veterinaria (vale, vale, casi! darme 4 meses) y todo animalejo es susceptible de que lo sane. Por eso estar en Córdoba y no aprender sobre caballos es un pan sin sal.
No es mi mundo, y no creo que lo sea. Pero la magestuosidad (citando a una moteña) de este animal atrapa al observador en cada uno de sus pasos, como si quisieses descifrar la mecánica de su movimiento, mágico e incomprensible; como toda la anatomía baila al ritmo de una música que parece comprender, recordar e interpretar. Cierto profesor me dijo una vez (no, una no, muchas) que un caballo es un conejo de 600kg. Visceralmente, (respecto a vísceras) lo es; respecto a carácter y pronto, también: miedosos, enormes pero tan excitables como el más pequeño de los ratones. Un animal tan noble capaz de llevar sobre sus espaldas a su amo y entregarle su voluntad a las riendas, cegado por el deber del trabajo. Magnífico, sin duda. Lástima que no sienta esa empatía que tienen algunos, que se emocionan con los trotes y galopes, que conocen cada nombre y cada capa de colores, como si el conocimiento les viniese innato.
Pero no todos podemos ser buenos en todo, me conformo con intentar ser buena en lo mío y tener sensibilidad suficiente para admirar la grandeza de cualquier bicho viviente, y de a los que se les asoman lágrimas cuando los ven.
No es mi mundo, y no creo que lo sea. Pero la magestuosidad (citando a una moteña) de este animal atrapa al observador en cada uno de sus pasos, como si quisieses descifrar la mecánica de su movimiento, mágico e incomprensible; como toda la anatomía baila al ritmo de una música que parece comprender, recordar e interpretar. Cierto profesor me dijo una vez (no, una no, muchas) que un caballo es un conejo de 600kg. Visceralmente, (respecto a vísceras) lo es; respecto a carácter y pronto, también: miedosos, enormes pero tan excitables como el más pequeño de los ratones. Un animal tan noble capaz de llevar sobre sus espaldas a su amo y entregarle su voluntad a las riendas, cegado por el deber del trabajo. Magnífico, sin duda. Lástima que no sienta esa empatía que tienen algunos, que se emocionan con los trotes y galopes, que conocen cada nombre y cada capa de colores, como si el conocimiento les viniese innato.
Pero no todos podemos ser buenos en todo, me conformo con intentar ser buena en lo mío y tener sensibilidad suficiente para admirar la grandeza de cualquier bicho viviente, y de a los que se les asoman lágrimas cuando los ven.
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