No es mi mundo, y no creo que lo sea. Pero la magestuosidad (citando a una moteña) de este animal atrapa al observador en cada uno de sus pasos, como si quisieses descifrar la mecánica de su movimiento, mágico e incomprensible; como toda la anatomía baila al ritmo de una música que parece comprender, recordar e interpretar. Cierto profesor me dijo una vez (no, una no, muchas) que un caballo es un conejo de 600kg. Visceralmente, (respecto a vísceras) lo es; respecto a carácter y pronto, también: miedosos, enormes pero tan excitables como el más pequeño de los ratones. Un animal tan noble capaz de llevar sobre sus espaldas a su amo y entregarle su voluntad a las riendas, cegado por el deber del trabajo. Magnífico, sin duda. Lástima que no sienta esa empatía que tienen algunos, que se emocionan con los trotes y galopes, que conocen cada nombre y cada capa de colores, como si el conocimiento les viniese innato.
Pero no todos podemos ser buenos en todo, me conformo con intentar ser buena en lo mío y tener sensibilidad suficiente para admirar la grandeza de cualquier bicho viviente, y de a los que se les asoman lágrimas cuando los ven.