Hace tiempo ya que empezó mi tercer año de locura, y está siendo muy diferente a los otro dos. Además de los libros tengo las manos y, supongo que como a todos, da más miedo enfrentarte a un problema que respira y se mueve que a una hoja de papel en el mes de Septiembre...
Pero es algo con lo que todos tenemos que medirnos tarde o temprano, y es cuando te das cuenta que por mucha ilusión y ganas que tengas a veces no es suficiente.
Ahora es cuando tenemos que cuestionarnos cuanto de rookie tenemos y cuanto de vet nos falta.
Esto es un fragmento del libro "Todas las criaturas grandes y pequeñas", de James Herriot, un veterinario que ha escrito sus experiencias como veterinario, algo parecido a lo que intento yo (con peor fortuna claro!). En este libro relata sus primeros años de práctica acompañado de un veterinario experimentado en el condado de Yorkshire durante los años 40
Todos tenemos, a estas alturas, un pequeño Herriot dentro...
Ahora ya contaba con seis meses de experiencia práctica muy dura. Había tratado vacas, caballos, cerdos, perros y gatos siete días a la semana, por la mañana, tarde y noche, y hasta en las horas en que el mundo dormía. Había ayudado a nacer a terneros y cochinillos hasta tener los brazos doloridos y con la piel desgarrada. Me había visto derribado, pisoteado y literalmente arrojado sobre toda clase de estiércol. Había visto ya gran parte de todas las posibles enfermedades de los animales. Y, sin embargo, allá en el fondo de mi mente había empezado a sonar una vocecita que me decía que no sabía nada, nada en absoluto.
Era extraño, ya que estos seis meses se habían acumulado a cinco años de teoría; una asimilación lenta y penosa de miles de hechos, un almacenamiento de fragmentos de conocimiento tan intenso y cuidadoso como el de la ardilla que almacena sus nueces. Empezando con el estudio de las plantas y formas más inferiores de vida, continuando con la disección en el laboratorio de anatomía y fisiología hasta llegar a abarcar el territorio vasto y hostil de la materia médica. Luego la patología, que desgarrara la cortina de la ignorancia y me dejara contemplar por primera vez sus profundos secretos. Y la parasitología, ese otro mundo prolífico de los gusanos, moscas y el arador de la sarna. Finalmente medicina y cirugía, la cristalización de mi conocimiento y su aplicación a las enfermedades diarias de los animales.
Y otras muchas cosas más, como la física, la química, la higiene; no nos habían perdonado nada. Entonces, ¿por qué empezaba a creer que no sabía nada? ¿Por qué empezaba a sentirme como un astrónomo que mirara a través del telescopio a una galaxia desconocida? Esta sensación de ir apenas tanteando en un espacio sin límites era deprimente. Y tenía gracia, ya que cuantos me rodeaban parecían saberlo todo sobre los animales enfermos. El muchacho que sostenía el rabo de la vaca, el vecino de la granja de al lado, los hombres en las tabernas, los jardineros, todos sabían de todo y eran muy liberales con sus consejos.
Intenté repasar mi vida. ¿Había habido algún momento en que hubiera sentido una fe profunda en mis propios conocimientos? Y entonces recordé.
Era extraño, ya que estos seis meses se habían acumulado a cinco años de teoría; una asimilación lenta y penosa de miles de hechos, un almacenamiento de fragmentos de conocimiento tan intenso y cuidadoso como el de la ardilla que almacena sus nueces. Empezando con el estudio de las plantas y formas más inferiores de vida, continuando con la disección en el laboratorio de anatomía y fisiología hasta llegar a abarcar el territorio vasto y hostil de la materia médica. Luego la patología, que desgarrara la cortina de la ignorancia y me dejara contemplar por primera vez sus profundos secretos. Y la parasitología, ese otro mundo prolífico de los gusanos, moscas y el arador de la sarna. Finalmente medicina y cirugía, la cristalización de mi conocimiento y su aplicación a las enfermedades diarias de los animales.
Y otras muchas cosas más, como la física, la química, la higiene; no nos habían perdonado nada. Entonces, ¿por qué empezaba a creer que no sabía nada? ¿Por qué empezaba a sentirme como un astrónomo que mirara a través del telescopio a una galaxia desconocida? Esta sensación de ir apenas tanteando en un espacio sin límites era deprimente. Y tenía gracia, ya que cuantos me rodeaban parecían saberlo todo sobre los animales enfermos. El muchacho que sostenía el rabo de la vaca, el vecino de la granja de al lado, los hombres en las tabernas, los jardineros, todos sabían de todo y eran muy liberales con sus consejos.
Intenté repasar mi vida. ¿Había habido algún momento en que hubiera sentido una fe profunda en mis propios conocimientos? Y entonces recordé.
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